En este enlace os dejo mi nueva colaboración con ABC deportes.
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La risa de Can Oncu cuando ganó el domingo, en Cheste, con quince años, su primera y única carrera en el Mundial de Moto3, era incontenible. La felicidad en el rostro de Alexander Zverev, maestro del tenis con 21 años, desbordaba por sus ojos. El orgullo de Usman Garuba en el Palacio de los Deportes de Madrid defendiendo la camiseta blanca con 16 años superaba incluso sus 202 centímetros de altura. Son campeones y ejemplo de muchos otros que, a su edad, aspiran a esos podios. Aunque no todos llegarán. Ni todos han llegado. Oncu, Zverev, Garuba son, por el momento, los elegidos para triunfar en el deporte. ¿Demasiado pronto?
A una edad en la que el físico y la cabeza están en constante cambio y todavía no se sabe muy bien dónde terminará el desarrollo, la competición puede ser una exigencia demasiado elevada o por el contrario, una vía para encarrilar un talento desatado. «No es incompatible ser adolescente con la competición. Te hace madurar antes y tienes una visión algo más clara de lo que quieres. Cambian tus prioridades, pero el deporte ayuda a que enfoques mejor tus metas que cualquier otro adolescente», observa Sara Bayón, entrenadora de la selección nacional de gimnasia rítmica. Con doce años sabía perfectamente que quería entrar en la selección nacional, con una claridad mayor que la de sus padres, uno de los pilares fundamentales en generar campeones bien orientados. «No pueden querer más que los propios hijos. No tienen que forzar en ningún momento, ni marcar las metas ni decidir por ellos llegar más lejos. Solo quererlos, apoyarlos, para que tengan la mente amueblada», afirma.
«Que tengamos talento para algo no significa que nos tengamos que dedicar a ello. Es difícil rendir al máximo en algo que no nos gusta. Para los progenitores el papel es clave: organizar el tiempo para no tener que decidir o incluso renunciar. Permitir que ese hijo con talento y que quiere continuar en ese camino tenga una vida completa, con diferentes prioridades, pero sin que les hagan sentir que tienen que abandonar cosas que les gustan», habla Lorena Cos, psicóloga del deporte. En la misma línea se expresa Yolanda Cuevas, también psicóloga de alto rendimiento, que subraya la importancia de dejar libertad de elección al adolescente: «A veces los padres ven potencial y los niños son arrastrados sin tener en cuenta sus gustos. Se proyecta aquello que les hubiera gustado a ellos. Forzar nunca es positivo. La mayoría de los niños forzados al deporte no llegarán a la élite, hay que tener los pies en el suelo con las expectativas. Muchos chavales dejan de disfrutar cuando se les exige por encima de sus posibilidades». «Forzar fuerzas un día, pero tiene que ser el deportista el que quiera seguir. Hay muchos casos de personas con mucho talento, que lo han tenido más fácil por eso, pero no les gusta trabajar. Y otros que sin tanto talento lo han logrado también con más trabajo. Lo valoran más. No hay que tirar demasiado de la cuerda ni dejar que se vayan. Una de cal y otra de arena», afina Bayón.
Un proceso largo
Por eso, no se puede utilizar el deporte como arma. «Te da unos valores colectivos, cooperación, responsabilidad. Castigar con no ir a entrenar es un mensaje incoherente porque pierdes todo ese aprendizaje que te sirve para muchas otras cosas», dice Cos. «No se estudia más por dejar el deporte y “tener” más tiempo. Muchas veces pasa al contrario porque la actividad física te ha enseñado a controlar y aprovechar mejor tus momentos de estudio», señala Bayón. «Hay que educar a los niños en la competitividad con ellos mismos, poner el foco en ellos y en su mejora y no en comparar con otros niños. Así que no crecen con una sana autoestima, no se sentirán capaces y abandonan más que se comprometen entrando en un círculo vicioso», acompaña Cuevas.
Si los padres se encargan de acompañar y apoyar, a los entrenadores les recae la responsabilidad de dirigir ese talento. «Hay que tener paciencia para encarrilarlo y administrarlo bien. Deben frenar la euforia si hay resultados a edades tempranas. Hacer entender que no solo es ganar o no una medalla, sino la trayectoria de aprendizaje, destacar qué se ha hecho bien del trabajo del día a día. Y gestionar los objetivos a largo plazo para que esos primeros grandes resultados no se estanquen», sigue Bayón. «Cuando somos pequeños disfrutamos del deporte porque es un juego. Luego pasa a ser una responsabilidad. Se debe enseñar a que hay momentos que no serán divertidos. Pero aun con doce o trece años si tienes esos objetivos claros sabes que solo los conseguirás si te levantas a las cinco de la mañana o te entrenas tantas horas. La interpretación de los momentos no divertidos cambia. Se aprende a disfrutar de otra manera», apostilla Cos.
Por supuesto, subrayan ambas, el entrenador debe ser capaz de transformar una posible «decepción» en un «seguir intentándolo». «Por eso se les debe inculcar pasión. Lo ideal: que te guste la competición para dar tu mayor nivel en ese instante, pero no todos lo logran. En gimnasia rítmica te juegas todo en un minuto y medio, y al ser un deporte de equipo, hay quien lo pasa muy mal por la responsabilidad que tiene sobre las compañeras. No obstante, el adolescente que hace deporte siempre sabe que caer es parte del proceso. No puedes estar siempre bien, pero sí te puedes levantar para llegar al máximo nivel en tu máximo de madurez, tengas la edad que tengas», corrobora Bayón, con mucha experiencia en acoger a niñas de 12 años y convertirlas en adultas de 22. «Es entender el error y la derrota como una lección, una oportunidad. No una amenaza ni mucho menos un fracaso», completa Cos.
Peligro: redes sociales
Tampoco, indica Cuevas, se puede sobreproteger de la decepción: «Cuando no se cumplen las expectativas uno se frustra y los niños de hoy no están acostumbrados a ello porque no se les permite entrenar esa emoción. Se intentan evitar pequeñas decepciones para que no sufran -como los marcadores abultados en ligas inferiores-, pero pierdes una oportunidad de adquirir una fortaleza mental, de entrenar la gestión de la derrota».
Las expertas asumen que, a veces, lo más difícil es crear un entorno sano para el adolescente. «Si todos los días la conversación gira en torno al resultado generas un foco de estrés que puede desembocar en un abandono. La competición forma parte del deporte, pero hay mucho componente de educación. Transmitir esa exigencia por los resultados no es necesario ni primordial ni positivo. Los resultados ya están implantados en la vida: llegar el primero para el bus, la nota para un examen… todo», comenta Cos. «Hay que saber preguntar tras la competición, no solo cuánto habéis quedado o cuántos goles has marcado, sino cuánto has aprendido. No promover la crítica ni las comparaciones ni en casa ni en los grupos de whatsapp», expone Cuevas. «Es un problema de ahora. Hay mucha información de cada deportista en redes sociales. Es muy fácil crear ídolos y también criticar. Una opinión en Instagram sobre tu actuación o tu cuerpo, a estas edades, marca mucho», advierte Bayón.
¿Qué hace a un adolescente campeón? Talento, constancia, pasión, libertad, buen entorno, aprendizaje… no hay fórmula mágica.