Oír hablar de estrés ya estresa de por sí a muchas personas.
El estrés se asocia al conjunto de múltiples y diferentes experiencias y cambios diversos que sufren las personas, de allí surge su complejidad. No todo estresa por igual, y las circunstancias por las que atraviesan las personas condicionan la experiencia y su interpretación. De hecho los síntomas varían y unas personas fuman más, a otros les duele la cabeza o están de mal humor, como vemos cambios fisicos, emocionales y/o conductuales a la carta.
El estrés es una respuesta, nuestro sistema nervioso reacciona a un suceso, situación o pensamiento que percibe como amenaza ya sea real o imaginada, física o psicológica. Es decir, a veces las percepciones e interpretaciones van en contra. El carácter, la salud física, la experiencia previa y la actitud influyen a la hora de percibir y mantener el estrés. La respuesta, sería ese mecanismo de lucha, huida o paralización. Para luchar o huir nuestro cuerpo muy inteligente segrega, al sentir miedo, adrenalina que posibilita que el cuerpo pueda enfrentarse a ese peligro directamente o huir.
En otras ocasiones la persona se bloquea o paraliza, permanece en modo “pause”.
Hubo un tiempo, ya remoto, que el miedo era garantía de supervivencia, pero hoy en día los estresores no son animales salvajes o venenosos, son reuniones laborales, relaciones familiares, problemas de pareja, entregas de informes, llamadas de teléfono, decenas de emails, etapas de cambio, expectativas muy altas, desempleo, problemas económicos, lesiones, enfermedades y un largo etcétera. No tienen cuatro patas, ni una gran boca con dientes, ni nos doblan en tamaño pero suponen una presión, un estrés que sin las habilidades necesarias de gestión personal acaban en muchos casos rompiendo la cuerda. Es decir llega un momento que se supera, y en ocasiones con creces, el máximo de tensión que se puede soportar sin sufrir física o psicológicamente.
Es importante saber que puede manifestarse en cualquier persona y a cualquier edad. Cada etapa de nuestra vida de niños hasta llegar a ser ancianos conlleva unas vivencias y circunstancias que según como se asuman pueden provocar estrés.
El estrés puede mostrar dos caras, la del estrés agudo o transitorio y la del estrés crónico, y cualquiera de ellos puede ser anticipatorio. Hay personas que no se conforman con lo que realmente sucede, independientemente de su interpretación, sino que anticipan situaciones y sufren gratuitamente de antemano. Y en ocasiones esta manera de “ser y estar” se ha confundido con el famoso “es que es muy responsable y por eso se preocupa tanto”. Se sabe que la clave está en ocuparse más de todo lo que está en nuestra radio de acción y pre-ocuparse menos de todo lo que no depende de nosotros. Con la preocupación nada se puede hacer. Esto requiere entrenamiento, como todo.
Así que vivimos en modo alarma, preparados con el kit de supervivencia, listos para «atacar». Y nuestro cuerpo se prepara, la glucosa y grasa se acumula en sangre, las endorfinas en vez de estar en la reserva pasan a la sangre para aguantar el malestar, el corazón va acelerado así que con más presión sanguínea, la sangre rica en oxígeno deja de ir al aparato digestivo porque si hay que huir no hay tiempo para comer así que para que se quieres sangre por esa zona, y tampoco en la piel por eso esas frases como «¡hijo que mala cara sacas!» ¡sí!, se refiere a paliducho o color luz de fluorescente, y por la misma razón se para el sistema reproductor, y por eso cuesta tanto quedarse embarazada si una está estresada/o. La sangre se necesita en el corazón, el principal centro de operaciones. El sistema inmunológico se va “de vacaciones” hasta nueva orden, las glándulas “al paro” y por eso se siente sequedad en la boca. Se respira aceleradamente y los pulmones absorben más oxígeno y se liberan más glóbulos rojos que transportan esa gran producción de oxígeno, los músculos rígidos como los de una estatua están preparados, y tanto calor que se acumula tiene que salir del cuerpo en forma de sudor para reducir ese volcán interior, sin olvidar que las pupilas se adaptan y el oído se vuelve fino para no perder detalle del peligro. ¡Solo de oír esta secuencia te dan ganas de echar a correr! El estrés lo dirige todo.
Pero la triste realidad es que todo esto pasa para una entrevista de trabajo, un exámen, preparar una clase, organizar un viaje o cualquier situación según de quien se trate. En ocasiones hasta lo que a priori es algo para disfrutar se convierte en un calvario, curioso ¿no? Gracias que llega el momento en que nuestro sistema nervioso parasimpático viene a quitarle protagonismo y parar el “show” que ha montado el simpático. De simpático tiene poco a no ser que sea un peligro real de supervivencia que entonces sí lo querremos de nuestro lado. El sistema parasimpático se activa para que vuelva todo a la normalidad, libera acetilcolina una sustancia química que relaja el cuerpo. Ya se conoce que “tras la tempestad viene la calma”.
Pero cuando el proceso descrito no es la excepción sino la regla, es decir vivimos más en la tempestad que en la calma, el estrés se cronifica y los niveles de cortisol elevados sostenidos en el tiempo, liberados por el sistema simpático, debilitan el sistema inmunitario, las reservas de energía caen en picado, la memoria se debilita y comienza la colección de problemas psicológicos y emocionales. El cuerpo y la mente se desajustan y se ven afectados nuestras conductas, emociones y nuestra manera de pensar.
Signos psicológicos: se sufre inestabilidad emocional, ansiedad, pérdida de confianza, apatía, las relaciones empeoran, aparecen dificultades en la toma de decisiones, y en la capacidad de concentración y memoria…
Signos físicos: palpitaciones, temblores musculares, crisis de pánico, mareos, jaquecas, migrañas, dolores de espalda, mandíbula, unido a posibles problemas del sistema circulatorio, o gastrointestinales como la indigestión, úlceras o colon irritable, trastornos menstruales, orinar con frecuencia, problemas sexuales como la dificultad de erección, eyaculación precoz, disminución del deseo anorgasmia, alteraciones de la piel, como herpes, eczema o caída del cabello, dificultad para dormir, trastornos de larga duración como dolencias cardiacas, asma o alergias que suponen numerosas visitas al médico de cabecera.
Signos conductuales: hábitos nerviosos como comerse las uñas, morderse los labios, frotarse las manos, movimientos de pie, cambios de hábitos, en relación a la alimentación, al sueño, a las relaciones o al consumo de sustancias con la intención de relajarse u olvidar como el alcohol, tabaco u otras drogas, abandono personal, adicción al trabajo o absentismo etc…
Es hora de que escuches a tu cuerpo y sepas interpretarlo porque quizá te esté diciendo que no puede más. Conectar con tu cuerpo es el primer paso, recuerda que mente y cuerpo van de la mano unas veces son amigos y otras enemigos.
Nunca es tarde para aprender a relacionarte de otra manera con los sucesos de tu día a día. No es que tengas que pasar es que te ocupes en todo aquello que está en tu mano. Te aportará sensación de control y seguridad. Resetea y comenzamos con nuevos hábitos. ¿Sí?
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