Os dejamos nuestro artículo del mes de mayo para la revista Fundació Roger Torné.
Os dejo el nuevo artículo Aprender a vivir en la diferencia junto a mi compañera Patricia Ramírez.
Muchos padres viven como la mayor de las desgracias los resultados de las pruebas que confirman que su hijo sufre asma, alergia, intolerancia a ciertos alimentos y un largo etc. Comienzan la aventura de vivir, no con un niño que tiene unas características determinadas, de las que se tienen que responsabilizar ambas partes, sino con la idea de…
La sorpresa en muchos casos o la idea de que su hijo se escapa de la “normalidad” les lleva a buscar nuevas opiniones en otros profesionales. Convierten el problema en monotema en los debates familiares y de amigos o buscan información en internet hasta que verifican que ese es el diagnóstico y que son necesarios una serie de cambios en las rutinas. A partir de aquí empieza el proceso de aceptación y la puesta en marcha de un protocolo para cada caso.
Dependiendo de la personalidad del niño y su madurez aparecen en escena los padres sobreprotectores, hiperprotectores o padres “helicóptero” que sobrevuelan sobre sus hijos para intervenir en cualquier situación de forma ansiosa y poco conectados emocionalmente. Transforman a sus hijos en niños burbuja favoreciendo el aislamiento, evitando la socialización de sus hijos para evitar los miedos respecto a la enfermedad: les limitan los cumpleaños a los que asistir por miedo a que ingieran algo no permitido, meten miedo al niño que juega a fútbol por miedo a que le den un balonazo en la cara y le rompan las gafas o están todo el rato llamando a los adolescentes por teléfono para comprobar si se han pinchado la insulina
Los padres viven con miedo e incertidumbre en su día a día, temen que les pueda ocurrir algo, sobre todo si ellos no están presentes. Y en parte tienen razón. Sus hijos necesitan adaptarse y llevar a cabo una serie de cambios para no poner en riesgo su vida y su salud. Pero, ¿hasta dónde conviene proteger, cuáles es el límite?
Ya se sabe que el miedo paraliza, transforma, succiona la mente, no deja decidir con claridad, condiciona la forma de pensar y de actuar. Y ese miedo que se transmite a los hijos les impide desarrollarse con seguridad y confianza. Si traslada el miedo a sus hijos, tendránpoca iniciativa, se sentirán bloqueados, temerosos y serán hijos dependientes, en alerta permanente y con miedo desproporcionado a lo desconocido. Todo esto condiciona su desarrollo y sus relaciones con los demás, se reflejará en su trabajo, en sus relaciones personales, sociales y sentimentales, en definitiva, en la forma en que se desenvolverán en su vida adulta.
Los padres están para proteger pero no para sobreproteger, están para acompañar y no para sustituir. Sobreproteger conlleva una serie de inconvenientes que tenemos que conocer. Los padres construyen día a día la imagen interior de sus hijos con el trato, el apego y lo que con su comportamiento trasladan a sus hijos. Saber cuidar sin sobreproteger forma parte de una futura autoestima, confianza y seguridad.
Muchos padres dicen “mientras pueda, lo haré yo, cuando falte ya lo hará él” y la vida nos demuestra que no es así porque lo que no se enseña con naturalidad y desde niño cuesta mucho más aprenderlo de adultos cuando ya tenemos una serie de hábitos y vicios adquiridos. Sobreprotegiendo estamos trampeando la vida de los pequeños.
¿Cómo padres os reconocéis si…?
La solución ante una vida con otras “características” no pasa por estos pasos. Vosotros como padre y madre no estaréis siempre a su lado para decirle lo que tiene que hacer. Tu hijo tiene que aprender a tomar decisiones, a no llevar colgada la etiqueta de “soy un alérgico, soy un celiaco” y llevar solo una vida que pueda vivir con normalidad conforme a los cuidados que necesite su trastorno o enfermedad.
Cada niño, según su edad y madurez, y desde el momento en el que es diagnosticado, debe ser educado en:
Responsabilidad: si ayudas a conocer qué le pasa, sin alarmas innecesarias, y saber qué pasos tiene que seguir en la alimentación, medicación, uso de gafas en el cole o en su deporte, le aportarás seguridad. Conociendo las consecuencias que implican si las cosas no se hacen bien fomentas la responsabilidad hacia su salud.
Autonomía: responsabilidad y autonomía van de la mano. Conseguir vivir con autonomía e independencia es uno de los objetivos en la vida de cualquier persona, al margen de su salud. Conocemos claros ejemplos de niños en silla de ruedas que con gran empeño y el que les transmiten sus padres consiguen vivir una vida plena y con autonomía. Educar en la dependencia no ayuda a crecer en ningún plano y menos en el emocional. No le evites situaciones ni hagas por él lo que él puede resolver solo, aunque le cueste más que a otros niños.
Resiliencia: esa capacidad de sobreponerse a las situaciones adversas de la vida saliendo fortalecido no es un valor que se transmita en los genes. Se educa. Transmite a tu hijo que todos tenemos una situaciones dadas, que no depende de nosotros y que la energía tiene que estar en resolverlas en lugar de lamentarnos. Entrénales más en solución de problemas y menos en el arte de las quejas.
Respetar: si educas en la diversidad y lo fomentas con tu ejemplo, favoreces que él lo haga con sus iguales. Tu hijo normalizará lo que tú le digas que es normal. Si te comportas desdramatizando y normalizando, él también pensará que un problema como el suyo forma parte de sus “normales”.
Comunicación: Ten informado a tu hijo para que sepa el porqué de lo que le dices que haga. Facilita espacios de comunicación para que entienda lo que le ocurre. Ayúdale a conocer sus causas y las consecuencias de un comportamiento no responsable en sus acciones. Que ocultes o disfraces la realidad no le ayudará a responsabilizarse.
Reconocimiento: Cada vez que decida no comer lo que tiene prohibido, usar su inhalador, limpiar y ponerse sus gafas etc… no lo interpretes como algo normal. Transmítele que lo ha hecho bien, que es responsable, que tiene que sentirse orgullosos y que te sientes orgulloso de él. De esta forma se fijan las conductas que queremos de forma amorosa, comunicativa y reflexiva.
Lo que no hay que hacer:
Victimizarse: “fíjate lo que nos ha pasado”, “ahora qué vamos a hacer”, “menudo plan de por vida” son frases que pueden venir a tu mente pero que no van a solucionar nada. No las uses como forma de presentarle a su nuevo profesor, o a la madre de su nuevo amigo. El victimismo no es buen compañero de vida, te debilita y te resta energía.
Etiquetar: supone condicionar su manera de pensar, sentir y actuar. Un niño etiquetado vivirá y se relacionará como tal. Lo usará de pretexto para justificar otros motivos y dirá que le duele la tripa, que está cansado para recoger la habitación, o que suspende porque no ve bien…activando tu alarma y compasión.
Aprovecharse de un error: Si en vez de valorar el intento que hace tu hijo lo traduces como una crisis y verbalizas “es que tengo que estar yo supervisando porque si no…” solo consigues que tu hijo crezca en la inseguridad y no se sienta capaz de asumir sus responsabilidades.
No olvides que eres un modelo educativo a seguir y que ellos usarán tus estrategias y tus habilidades para andar por su mundo. Enseñar a vivir con lo que nos toca sin victimismo, elaborar un plan de acción, no acomodarse, ampliar nuestro margen de maniobra y salir de la zona de confort es el reto educativo como padres. Todo padre quiere que su hijo sea feliz pero no olvidemos que para ser feliz hay que superar adversidades y no esconderse.
No hay mayor seguridad para un niño que ver como ante la adversidad los suyos le enseñan a crecer y a superarse. Estos son los grandes legados y aprendizajes que les quedan. Educa para que tu hijo se sienta acompañado y no anulado.